Pero llegar aquí me costó mucho.

Mi primer recuerdo relacionado con la historia es de mí misma, sentada en el suelo, recortando la sección Viajes de alguna revista de la época (sí, las revistas eran el Instagram de los 90). Ni las leía, pero guardaba las imágenes pensando en que algún día sería esa protagonista de libros, que viaja, escribe, y vuelve a casa con más historias que plata.

Otro recuerdo claro, que sigo disfrutando hasta el día de hoy, es llegar corriendo del colegio a ver la película La Momia (la 1 y 2, la 3 me dio pena de mala). Las sigo dejando cada vez que las veo en la tele. Me asombraban y atraían muchísimo los paisajes, era una atracción que no entendía, pero disfrutaba. Y de Cleopatra, tengo bastante.

La adolescencia me pegó con todo lo que conlleva esa etapa, destacándose mi rebeldía generalizada, pero siempre, siempre me gustó estudiar. Era la rebelde con promedio 6,7. No podía esconder lo ñoña.

Tuve la suerte de viajar a Egipto en 4to medio, justo antes de la PSU. Mirando la punta de las pirámides, primero, me di cuenta que no veía nada (desde ahí uso anteojos) y segundo, quise ser guía turística. Quería dedicarme a viajar y llevar gente a que se asombraran tanto como yo.

La decisión de estudiar historia fue de guata, no lo pensé, solo lo sentí. Tampoco sabía qué iba a hacer después, pero confié en que por algo, el cuerpo, el alma y todo mi ser me llevaban por ese camino.

En la Universidad lo pasé ¡EXCELENTE! Hice todo lo que un universitario debe hacer, desde los paseos a la playa, las cervezas en la calle y no es necesario entrar en detalles con lo demás. Pero también me sentaba en primera fila para no perderme nada (menos en economía… aún sigo tratando de encontrar X).

Líos amorosos me hicieron priorizar todo menos mi carrera profesional. Me dediqué a hacer preuniversitario, clases de yoga y ayudar en la empresa familiar. Sin saber realmente qué quería, ni cómo ganar dinero con la historia.

Saqué la pedagogía porque “tocaba”. Lo odié. Dije: “NUNCA VOY A SER PROFESORA”.

Hoy sé que no hay que escupir al cielo.

Me escapé a Italia, trabajé como garzona, volví a Chile por amor (otro amor) y nuevamente perdida, tuve pegas solo para sobrevivir.

La pandemia me encausó. Mi mamá me pidió que le repitiera las clases de preuniversitario a ella y a mi abuela, para usar un poquito la cabeza. Y acepté, pero me aventuré a invitar a más gente.

Y logramos hacer la primera tertulia.

Me sentí en mi elemento. Nerviosa, con dudas, pero en mi espacio.

Ya con la confianza personal de que podía y sabía que era entretenida, me atreví a trabajar en colegio.

Y nuevamente por amor, mi vida tomó nuevos rumbos, pero las tertulias son parte central de mi ser.

Espero poder transmitirles la misma fascinación que me produce a mí la historia y mantener viva la capacidad de asombro.